La Gracia de la Adicción

En mi vida, como la mayoría, mis palabras van delante de mis acciones. Con frecuencia uso pequeñas frases perspicaces por un largo tiempo antes de finalmente vivir las consecuencias en mi vida. Un buen ejemplo es un dicho favorito, “La Gracia está en la Lucha.”

Recientemente leí sobre el propósito de las selecciones de las escrituras de Cuaresma como una explicación de mi declaración favorita. Las primeras tres semanas y media de cuaresma tienen un mensaje muy fuerte: necesitamos arrepentirnos y cambiar nuestra vida. Si somos honestos, aprendemos que este llamado a la perfección está más allá de nuestro entendimiento. Necesitamos ayuda. La parte final de la cuaresma toma selecciones del Evangelio de Juan para enseñarnos que solamente en Jesús podemos encontrar la solución verdadera que estamos buscando. Es en la lucha y en la eventual develación de nuestras debilidades que nos encontramos a nosotros mismos listos para la gran verdad de nuestra fe, el Misterio Pascual en Cristo crucificado y Cristo resucitado.


Aunque somos llamados a ser perfectos como nuestro Padre es perfecto. (Mateo 5:48) no podemos llegar ahí por nosotros mismos. El verdaderamente raro y bello misterio de nuestra debilidad es que nuestras fallas nos abren a la verdad. La autoseguridad y control se desvanecen en el olvido. Nuestra falla nos libera para buscar a Dios más intensamente. Nuestro reconocimiento de nuestra impotencia crea un espacio para la gracia salvadora de Dios. Un segundo aspecto de este reconocimiento de nuestra pecaminosidad, nuestra necesidad por la salvación, es que Dios mira nuestro quebrantamiento no como un impedimento sino como nuestra invitación para el poder salvador de Jesús. No necesitamos encogernos cuando vemos nuestras fallas. Simplemente necesitamos permanecer en la verdad de nuestra pecaminosidad. Es un llamado a Dios pidiendo misericordia.

La lucha, al final, no es la clave para nuestro control y conquista. Es la admisión para nuestro vacío en la presencia de Dios. Dios llena el vacío con gracia y amor.

II
En su clásico. Adicción y Gracia, Gerald May presenta algunas enseñanzas maravillosas sobre la relación de las adicciones con nuestro bienestar espiritual. Para muchos, su declaración más sorprendente es que todos estamos afligidos con muchas adicciones. Estas vienen en muchos y diferentes tamaños, formas e intensidades. Debe haber un programa de televisión favorito, la forma en que preparamos la comida, la necesidad de tener la última palabra y muchas más. Luego tenemos el siempre popular dinero, sexo y poder que es un trio enrollado en el hambre por la seguridad. Todas las adicciones, grandes o pequeñas, tienen un resultado fundamental. Ellas nos privan de la libertad y llenan el espacio en nuestro corazón que se supone que es para Dios.

May define la adicción como cualquier comportamiento habitual compulsivo que limita la libertad y el deseo humano. Es una acción que fluye de un apego muy fuerte. Y bien puede ser algo físico o estar solamente en nuestra mente.

Una adicción puede ser tan poderosa como la sustancia del abusador esperando su próxima fijación o trago. Puede ser tan sencillo como la impaciencia de alguien esperando en la fila para pagar por sus comprados.

Estas son cinco características de la adicción.

  • 1) Tolerancia: siempre queremos más de la conducta adictiva. Al final, nunca alcanzamos satisfacción duradera.
     
  • 2) Síntomas de abstinencia: hay dos. Reacción de estrés y reacción violenta. En la reacción de estrés, el cuerpo reacciona a la pérdida del comportamiento adictivo en grados variables de intensidad. En la reacción violenta, la persona siente lo opuesto de la meta deseada de la adicción. 

  • 3) Autodecepción: la mente lucha contra si misma para evitar la pérdida de su “fijación”, crea “juegos mentales” para distorsionar y engañar cualquier cosa que pueda privarlo de la satisfacció 

  • 4) Pérdida de la fuerza de voluntad: una decepción fundamental o “truco mental” de la adicción es enfocar la atención en la fuerza de voluntad. La intención es parar al decir “yo puedo manejarlo” es el sendero seguro para que siga sobreviviendo la adicción. 

  • 5) Distorsión de la atención: la adicción absorve nuestra atención para distraer nuestra mente y nuestro corazón del amor. La atención y el amor son compañeros intimos. Esto está en el centro del poder destructivo de la adicción. Nos aleja del sendero del amor por los demás y especialmente por Dios.

Las adicciones son realidades poderosas en la vida de cada uno. Ellas son bloqueos para el hambre básica de nuestro corazón por Dios. Ellas prometen libertad y felicidad. Ellas producen esclavitud y destrucción. La solución es el autoconocimiento que reconoce nuestra dependencia de Dios y nuestra aceptación del llamado de Dios hacia la libertad en amor y en gracia. No es solamente nuestra pura fuerza de voluntad la que sostiene la llave hacia la libertad sino que nuestra acción sumergida en nuestra dependencia de la gracia de Dios que nos hace libres.

III
La visión fundamental de Teresa de Ávila es relevante en este problema de la adicción. Su larga lucha buscando a Dios la llevo al autoconocimiento y a la honestidad que aceptaba su pobreza esencial. Ella viajó por los pasillos escondidos de un corazón fracturado que la guio a una conciencia más profunda de su habilidad para superar los efectos del pecado en su vida. Este viaje de casi dos décadas la llevó a una abrumadora y sencilla verdad: Dios es Dios y yo soy la criatura. Dios, sin embargo, es un Dios amoroso y misericordioso y yo soy una criatura pecadora pero perdonada y amada. Yo vivo en un mar de abrumadora misericordia de Dios.

La puerta de Teresa en esta verdad fundamental fue una vida de oración y sacrificio que la conducía a la voluntad de Dios y al verdadero autoconocimiento. La guiaba a la humildad como la verdad de la realidad: Dios es amoroso y lleno de perdón y nosotros somos criaturas amadas y perdonadas. En el contexto de este mensaje que define la vida de Teresa, la solución al comportamiento adictivo es claro. Nosotros aceptamos nuestra realidad tratando de superar todo lo que nos aleja de la voluntad de Dios. Enfrentamos nuestra debilidad. Nos entregamos a la amorosa voluntad de Dios. En esta lucha, eventualmente somos libres no por nuestra fuerza de voluntad sino a nuestra apertura a la amorosa misericordia de Dios.

IV
Traté de dejar de tomar cientos de veces. Luego Dios habló un dia en la forma de una revista que tenía un examen para determinar si uno es un alcohólico. Yo fallé miserablemente. El elefante en la sala, tan visible para los demás por tanto tiempo, repentinamente me tenía de espalda contra la pared. Yo estaba en shock. Eso llevó a una jornada de autoconocimiento y oración que incluía el apoyo de mi comunidad. Mi intención para dejar de beber nunca funcionó. Yo pude, sin embargo, dejar de beber por la gracia de Dios.

Ahora estoy libre para luchar en humildad con el masivo número de otras adicciones que siguen succionando mi libertad. ¡La gracia está en la lucha!

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