LAS ADICCIONES COMO UN OBSTÁCULO PARA LA LIBERTAD

GERALD MAY, ADICCIÓN Y GRACIA
Gerald May fue un renombrado psiquiatra que se volvió aún más aclamado como maestro de espiritualidad. En sus numerosos libros, especialmente, Adicción y Gracia, May ofrece visiones verdaderamente magnificas en la interactuación de la adicción y la gracia salvadora de Dios. Las siguientes ocho reflexiones ofrecen una introducción en el importante mensaje de May. Algunas visiones de la Espiritualidad Carmelita aportan un poco de apoyo a las enseñanzas de May.

Fuimos hechos para ser uno solo con Dios. Todo lo demás en la vida, incluyendo la muerte pasa. Al final, seremos uno solo con Dios o separados de Dios lo que significa el infierno. Esa es nuestra roca en el fondo de la realidad. No cambiará.

Todos desarrollamos planes para alcanzar nuestra felicidad que ultimadamente es estar enamorado de un amor que es eterno y completo. Tenemos un vacío que nos impulsa a amar, a ser amados y a movernos hacia la fuente del amor. Dios nos creó con este deseo. Esto es lo que San Agustín quería decir con la frase nuestros corazones están inquietos hasta que descansan en Dios.

Mientras tengamos un plan para satisfacer los anhelos de nuestro corazón, este plan cambiará incontables veces durante nuestra vida. Dios también tiene un plan para nosotros y nunca cambia. Dios quiere que nos quedemos detenidos en la plenitud del amor para la eternidad. La vida espiritual es un esquema que evoluciona en sus sueños y en confusión tratando de comprender el plan de Dios.

Ya que Dios es paciente con nosotros en extremo, el plan divino para nuestro verdadero destino nunca cambiará. Estamos llamados a ser uno solo con Dios, más exactamente dicho, a darnos cuenta que ya existe una unión con Dios. Que demanda un proceso de purificación y transformación. Teresa de Ávila lo pone de esta manera: vamos a experimentar el purgatorio. La elección es nuestra. Será en esta vida o en la próxima.

La vida de Jesús y sus enseñanzas son el camino más seguro para nosotros. Jesús ofrece un camino libre de distorsiones, ceguera e idolatría. Él nos enseña a ver todas las cosas, todas las relaciones, todos los deseos como una manera de guiarnos en el misterio de Dios. Por supuesto, nuestro fragmentado corazón repele cualquier cosa sobre el mensaje del Evangelio de Jesús. Esta batalla de pecado y gracia la llevaremos hasta el momento de nuestra muerte.

En su clásico, Adicción y Gracia, Gerald May dirige el papel de la adicción y nuestro bienestar espiritual. May define la adicción como cualquier comportamiento habitual compulsivo que limita nuestra libertad y deseo humano. Una acción adictiva fluye de un apego muy fuerte. Puede ser físico o de nuestra mente. Ya puede ser nuestro programa de televisión favorito o la pornografía, las apuestas o la preparación de nuestra comida, la cantidad o la variedad, nuestro compromiso a nuestro equipo favorito o una aversión a una raza en particular u orientación sexual, todas las adicciones producen un poder negativo dentro de nosotros que varía en grado o intensidad. De igual manera, las adicciones no están limitadas a alguna cosa en concreto. La urgencia de tener el control, la intimidad, la popularidad y tener la última palabra son sólo unos pocos ejemplos de la profundidad y amplitud de nuestras adicciones que operan en la mente. El verdadero poder negativo de nuestras adicciones llenan el espacio en nuestro corazón que se supone es para Dios.

Las adicciones realzan esta lucha fundamental del corazón humano. La adicción es un proceso donde aún las criaturas son un obstáculo en nuestra búsqueda de Dios o un reemplazo directo para Dios en la idolatría. El pecado encuentra un hogar confortable en nuestras adicciones. Las adicciones son una fuerza dentro de nosotros que devasta nuestra libertad. Con mucha frecuencia nos llevan a hacer lo que realmente no queremos hacer. Lentamente nos deslizamos en el poder cautivante de su compulsión.

Uno de los elementos más engañosos de las adicciones es que devoran nuestros deseos. Así que, ellas dirigen nuestra energía lejos de los demás y lejos de Dios y alimentan nuestro egoísmo. El amor por Dios y por nuestro prójimo está siempre debilitado a causa de nuestras adicciones. Las adicciones succionan la energía de muchos de los proyectos significativos de la vida y el más significativo, la búsqueda de Dios.

Generalmente, cuando pensamos en la adicción, nos imaginamos a un alcohólico o un drogadicto o incluso a un apostador que está fuera de control. Casi siempre, es la otra persona, no nosotros quien es un adicto. La realidad es que todos sufrimos de múltiples adicciones que pueden interrumpir el rango entero de la actividad humana. Aunque ellas pueden variar en su intensidad, todas son destructivas porque impiden nuestra libertad. Ellas dirigen nuestro amor hacia nosotros mismos y lo alejan del prójimo y de Dios.

Es nuestra libertad la que nos permite perseguir nuestro verdadero destino final en la búsqueda de Dios. Las adicciones son un cáncer que constantemente está disminuyendo nuestra preciosa libertad. Grande o pequeña, una mínima interferencia o un bloqueo total, escondida o al descubierto, todas las adicciones son malas. Mientras que algunas adicciones son relativamente fáciles de eliminar, muchas más involucran una batalla de toda una vida.

Las adicciones son tan antiguas como la historia de Adán y Eva en el Jardín del Edén. Igual que la manzana, las adicciones prometen libertad y felicidad. Ellas producen esclavitud y destrucción. La solución es el autoconocimiento que reconoce nuestra dependencia de Dios y nuestra aceptación de la llamada de Dios hacia la libertad en amor y gracia. No es nuestra pura fuerza de voluntad la que tiene la clave de la libertad sino nuestra entrega a la gracia de Dios. No es nuestra determinación sino una combinación de nuestro esfuerzo nutrido por la gracia de Dios la que nos hará libres. La Gracia trasciende todo poder en el universo. Es donde nosotros encontramos esperanza.

Las siguientes reflexiones develarán esta misteriosa naturaleza de las adicciones y la relación de la gracia y la adicción.

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