Es posible acercarse a la gracia como si fuera solamente otra cosa a la cual ser adicto, algo que podemos coleccionar o atesorar. Pero esta clase de entendimiento puede capturar solamente una imagen de la gracia. La gracia en sí misma no puede ser poseída. Es eternamente libre, y como un espíritu que se da, sopla a donde quiere. Nosotros podemos buscarla y tratar de estar abiertos a ella, pero no podemos controlarla.
Similarmente, la gracia nos busca pero no puede controlarnos. San Agustín dijo una vez que Dios siempre está tratando de darnos cosas buenas, pero nuestras manos están demasiado llenas para recibirlas. Si nuestras manos están llenas, están llenas de cosas a las que somos adictos. Y no solamente nuestras manos, sino también nuestros corazones, nuestras mentes, y nuestra atención están obstruídas con adicciones. Nuestras adicciones llenan los espacios dentro de nosotros, espacios donde la gracia podría fluir.
Lo que es más importante de recordar, sin embargo, es que no son los objetos de nuestras adicciones los culpables de llenar nuestras manos y corazones; es nuestro apego a estos objetos, nuestra codicia por ellos volviendose obsesión. En las palabras de Juan de la Cruz, “no son las cosas de este mundo las que ocupan el alma o le causan daño, ya que ellas no entran, sino más bien la voluntad y el deseo por ellas. Esta voluntad y deseo, este tener y esta codicia es el apego.” P. 17-18
Mi Reflexión # 1:
El mayor punto en el libro de May es que la gracia juega un papel clave en la sanación de las adicciones. En esta corta selección, él empieza a describir la gracia. Es la presencia amorosa de Dios llamándonos a la plenitud. Nuestro papel es ofrecer una apertura y aceptación al llamado a la nueva vida.
Cuando estamos abiertos y libres, la gracia trabaja para dirigirnos a una nueva libertad que desvanece las adicciones. Cuando no somos libres, ultimadamente estamos esclavizados por la adicción.
May sabe bien que hay mucho más involucrado para detener una adicción. Su punto es claro. Al final, sin la gracia no hay respuesta a nuestros problemas. Teresa de Ávila habría estado de acuerdo completamente con el énfasis de May sobre la gracia. El lenguaje de ella era diferente pero la realidad de un Dios amoroso buscándonos y llamándonos a la vida es la parte central de su mensaje.
Teresa vió la oración como esencial para este encuentro amoroso con la llamada de Dios en la gracia. Ella tenía una gran visión para los obstáculos en la oración. Ella insistía en que debe haber orden en nuestra vida para orar efectivamente en el largo recorrido. May habría descrito esto como eliminar la adicción para crear libertad para el amor de Dios.
Teresa vio tres virtudes trabajando con la oración para esta libertad en la lucha contra las adicciones. Las tres virtudes son humildad, desapego y caridad. Ellas nos guian en la búsqueda de la aceptación de todos los aspectos de nuestra vida. Este es el comienzo del retiro de la trampa de la ambigüedad en nuestra vida que atormenta la experiencia humana. La visión de May muestra el poder de la adicción para distorsionar y cegarnos como una fuete obvia de esta ambigüedad.
Las tres virtudes de humildad, desapego y caridad impulsan hacia la apertura y aceptación de la vida. Somos alejados de las mentiras del egoísmo, del uso erróneo de las crituras de Dios y de las hostilidad hacia nuestros hermanos y hermanas.
El programa de Teresa de las tres virtudes nos da un enfoque a nuestro esfuerzo para trabajar y cooperar con gracia. Dios nos está llamando hacia la libertad. La humildad nos permite aceptar la realidad en los términos de Dios. El desapego nos permite usar a las criaturas de Dios en forma apropiada para llevarnos hacia Dios. Finalmente, la caridad nos guia en el camino del amor de Dios por nuestros hermanos y hermanas. Este amor es la condición esencial para el movimiento hacia el centro donde Dios aguarda.
La visión de May sobre la gracia y la adicción hace la batalla del bien y del mal más específica y concreta. La visión de Teresa sobre las tres virtudes nos da algo con que trabajar en nuestra vida conforme enfrentamos la batalla perenne del pecado y la gracia, la adicción y la libertad.
Reflexión # 2
“Todos nadamos en un océano de amor divino y misericordia. Pero tenemos que ser conscientes de eso. Esto puede suceder solamente cuando permitimos que se vaya todo lo que nos pega y abandonarnos gozosamente a ese amor y misericordia. Y la última cosa que tenemos que dejar ir es el yo que se apega. Cuando al fin estamos listos para hacer esto, entonces ya no hay nada de nosotros. Ya solamente está Dios y nosotros estamos en Él.
“Dejar ir”nunca es fácil, y nunca podemos estar bien seguros que lo hemos hecho por buenos. La tentación para volver a tomar lo que hemos dejado ir, para volver a nuestros “apegos” puede detenernos como un presente atractivo, especialmente cuando estamos lidiando con “apegos” muy fuertes o “adicciones.”
“ Una cosa debería estar muy clara: “Dejar ir” no significa una experiencia meramente negativa. Es una forma completa de superar la rigidez de los patrones fijos del comportamiento sobre los cuales parecemos tener poco control. Trae un espíritu de libertad y espontaneidad a nuestras vidas. Si un aeroplano está sobrecargado con exceso de equipaje, es posible que no sea capaz de levantarse del suelo. Algunas veces puede ser necesario deshacerse de ese equipaje para que el avión puedar ser libre para volar. Nosotros también podemos tener exceso de equipaje para volar…eso es, levantarnos nosotros mismos sobre el ser superficial para encontrar nuestro verdadero ser en Dios.”
Silencio en Llamas, William Shannon: p. 86-87