Vigésimo primer domingo del tiempo ordinario

Mateo 16: 13-20

Queridos amigos. Pedro tuvo un viaje completo desde el tiempo que Jesús le pidió dejar su barca y las redes y seguirlo. Él vio todo: el ciego recuperar la vista, el cojo volver a caminar, los demonios arrojados fuera, los panes y pescados y, por supuesto, su corto y fallido intento de caminar sobre el agua y mucho más. Ahora Jesús hace esta pregunta “¿Quién dicen que soy yo?” (Mateo 16:15)

Pedro estaba listo o por lo menos es lo que él pensaba. “Tú eres el Cristo, el hijo del Dios viviente.” (Mateo 16:16)

Pedro estaba en lo correcto. Jesús le dijo, “ni carne ni sangre te han revelado esto sino mi Padre celestial.” (Mateo 16:17)

Pero una vez más, Pedro tenía esa expresión profundamente humana de la cizaña y el trigo, una mezcla de generosidad y testarudez. En el siguiente párrafo que pertenece al Evangelio del próximo domingo, Jesús reprime a Pedro con la poderosa frase, “Apártate de mi satanás.” (Mateo 16:23)
Pedro pensó que había llegado pero Jesús tenía que darle amor duro al permitirle saber que apenas iban por la mitad del camino. Pedro tenía que cambiar. Tenía que llegar a conocer a Jesús como aquel en el camino a Jerusalén, un Mesías sufrido y rechazado. Pedro tenía que abandonar sus sueños de poder, prestigio y privilegio.

Todos tenemos que enfrentar la misma lucha cuando confrontamos la pregunta más importante en nuestras vidas. ¿Quién decimos que es Jesús?

Como Pedro, queremos que Dios esté ahí para nuestras necesidades, para nuestros programas, para nuestros sueños. En verdad, Dios está con nosotros en nuestras luchas pero Dios quiere más. Como Pedro, tenemos que madurar suficiente para aceptar a Jesús como aquel en el camino a Jerusalén revelando a un Salvador que sufre y muere. Como Pedro, tenemos un gran problema cuando viene a nosotros personalmente el hecho de tomar nuestra cruz y seguir a Jesús.

Jesús nos invita a seguirlo. Necesitamos orar para hacer esto. Oramos por muchas cosas pero más que todo oramos para saber que Dios nos ama. Conforme crece esta conciencia del amor personal de Dios en nuestro corazón, gradualmente empezamos a aceptar a Jesús y su plan antes que imponer nuestra agenda.
A diferencia de Pedro, nosotros no podemos caminar ni hablar con Jesús en persona. Podemos, sin embargo, leer los Evangelios y orar. Podemos dejar que las historias entren en nuestra mente y en nuestro corazón. Esto nos llevará a la oración: una conversación con alguien que sabemos que nos ama. Algunas veces podemos sentarnos en silencio en la presencia del Dios amoroso.

Este tipo de Escritura basado en la oración es una rica tradición en nuestra fe Católica que está siendo renovada como un tesoro perdido. Esto se llama: Lectio Divina. Tiene cuatro etapas muy sencillas. Primero leemos un pasaje de las Escrituras. Lo ponderamos y reflexionamos sobre el para ver como se aplica a nuestra vida y como nos llama al cambio. Entonces oramos la conversación que es con alguien que nosotros sabemos que nos ama y quiere dejarnos saber lo que ese amor personal significa para nosotros. Entonces podemos pasar simplemente a descansar en perfecto silencio en la presencia de este Dios amoroso.

Esta oración será de una gran ayuda en nuestra respuesta a la pregunta más importante que enfrentaremos en la vida. ¿Quién decimos que es Jesús? La respuesta correcta es el trabajo de toda una vida de devoción.

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