En el Exodo tenemos a los miles de infieles que murieron a causa de las serpientes.
Usted puede continuar con la devastación del norte del Reino y el exilio de los babilonios que siguio con siglos de opresión a otras dinastías. Hay mucho más en esta vena. Nosotros tenemos una imagen de un Dios de ira, juicio y devastación. Por otro lado, tenemos un Dios de salvación que hace la promesa a Abraham, que oye el llanto de su pueblo y guia a los abandonados hacia la Tierra Prometida.
En el Salmo 54 vemos la imagen de un Dios recogiendo nuestras lágrimas y colocándolas en un jarro. Es en Isaias 40-55 donde tenemos a un Dios que guia a los abandonados de regreso a su tierra en un gesto de ternura y compasión. En Ezequiel, tenemos la bella historia de esperanza en los “huesos secos”.
Nosotros sabemos que la Biblia es una expresión de la experiencia de Dios de la familia de Abraham por más de dos mil años. En esta historia hay un proceso de madurez de su entendimiento de Dios y consecuentemente de su imagen de Dios.
Una parte de esta madurez es el crecimiento de la idea de que ganamos el amor de Dios por nuestro buen comportamiento. Es facil ver como esta mentalidad puede venir de la lectura de la Biblia. De igual manera, en este acercamiento facilmente podemos crear una imagen de Dios como un Dios de ira, un juez mirando por sobre nuestros hombros calculando cada movimiento que hacemos.
Conforme el pueblo Judío evolucionó en su imagen de Dios, nosotros tambien, necesitamos madurar en esta área. El viaje espiritual involucra un crecimiento constante en la transformación y en el refinamiento de nuestra imagen de Dios.
En Deuteronomio 30:15-20 nosotros tenemos una imagen mas madura de Dios. En la exhortación se nos da la responsabilidad de compartir. “hoy he puesto ante ti la vida y la prosperidad, la muerte y la desgracia. Si tu obedeces los mandamientos del Señor…vivirás y crecerás … si vuelves tu corazón, sin embargo… ciertamente perecerás.” (Deuteronomio 30:15-18)
En una sección más amplia de la Biblia este tema es expresado y vívido. Hay consecuencias para el comportamiento humano. Tenemos una elección.
No estamos tratando más con un Dios titiritero que agarra todas las cuerdas de la vida y es arbitrario y caprichoso. Ahora nosotros, como adultos responsables, somos llamados a ser parte del proceso.
Esta imagen de Dios inclina nuestro entendimiento hacia la vista de que ganamos el amor de Dios por nuestras buenas andanzas. Este no es el caso.
Aun cuando esta vista interior nos deja toda clase de preguntas como señala el libro de Job. El mal todavía es una dura realidad de toda experiencia humana y esta imagen de Dios ofrece poco alivio en las tragedias de la vida.
En la revelación final de Dios encontramos a Jesús. Como nos dice la carta a los Hebreos: “en tiempos pasados, Dios habló en variadas y fragmentadas formas a nuestros padres a través de los profetas; en esta, la era final, Él nos ha hablado a través de su hijo, a quien Él ha hecho heredero de todas las cosas y a través de quien Él primero creó el universo, que es la refulgencia, la mera estampa de su ser y que sustenta todas las cosas por su palabra poderosa. (Hebreos 1:1-3)
Necesitamos darnos cuenta que Jesús nos enseña como es Dios. Él es la palabra de Dios. Aprendemos acerca de Dios a través de Jesús. De manera que cuando decimos que Jesús es divino tenemos que mirarlo a Él para encontrar a Dios.
En este encuentro con Jesús nosotros no solamente no rechazamos la revelación de Dios en el Antiguo Testamento sino que Jesús nos ayuda a entenderlo en una manera nueva y más profunda. Lo vemos como una revelación en desarrollo de la imagen de Dios en las escrituras judías.
Jesús ofrece una radicalmente nueva imagen de Dios. Este Dios no quiere ser servido por nosotros sino que quiere servirnos. Este rango de Dios no es el más alto sino el del fondo. Este Dios quiere ser reconocido en el sufrimiento de los pobres, negados y aislados. El Dios revelado por Jesús es uno de compasión y misericordia, de liberación y de entrega de cada situación opresiva. El Dios de Jesús no niega la importancia de nuestra humanidad sino que expresa la más verdadera y auténtica realidad.
En la Primera de Juan 4:8 leemos la conclusión de la revelación de la Biblia de Dios: “Dios es amor”. En Jesús aprendemos lo que es el amor.
El contraste entre Juan el Bautista y Jesús es muy iluminador. Juan tenía el mensaje del Deuteronomio: arrepientanse o paguen el precio de las consecuencias catastróficas.
Jesús tambien predicó el arrepentimiento. Sin embargo, su llamado al arrepentimiento era seguido por una invitación a aceptar la misericordia y el amor de Dios que siempre está ahí.
Esta es una cruda nueva imagen de Dios, el Dios de Jesús no pone condiciones al amor de Dios. La enseñanza descarta el miedo envuelto en la predicación de Juan. El amor incondicional proclamado por Jesús conectado con las trescientas veces que dice en las escrituras: “no teman”. Cada vez que esta expresión de la providencia de Dios es proclamada, está siempre en el contexto de un mensaje de que Dios está presente.
Jesús nunca enseñó que Dios nos ama si… él simplemente enseñó que Dios nos ama.
Cuando reflexionamos sobre la vida y las enseñanzas de Jesús, vemos la historia de la Biblia por completo. Es una historia de amor. Dios nos ama y Dios nos acepta no porque somos buenos sino porque Dios es bueno. Karl Barth, un gran teólogo protestante del siglo pasado lo puso de esta manera: no es el natural “por lo tanto” sino el milagroso “a pesar de eso”. No es que seamos indignos y por lo tanto Dios nos rechaza. Es porque somos indignos y a pesar de eso Dios nos abraza.
Todas las enseñanzas de Jesús, milagros y relaciones, en verdad su vida y su muerte, devela la realidad de que Dios es amor. En su muerte y resurrección Él nos ofreció la palabra final del poder de ese amor sobre el mal y su más profunda expresión: muerte.
Thomas Merton capturó la maravilla de este misterio de amor y nuestra imagen de Dios en su texto, El Hombre Nuevo.
“Una de las claves para una experiencia religiosa real es la aplastante realización de que no importa que tan odiosos seamos con nosotros mismos, nosotros no somos odiosos para Dios. Esta realización nos ayuda a entender la diferencia entre nuestro amor y el de Él. Nuestro amor es una necesidad, el de Él es un regalo. Nosotros necesitamos ver el bien en nosotros mismos para amarnos. Él no. Él nos ama no porque somos buenos sino porque Él lo es.” P. 96
Teresa de Avila lo hizo más simple cuando declaró una verdad relevante para ella y para todos nosotros. “La Historia de mi Vida es la historia de la misericordia de Dios.” Es bueno recordar que este mensaje de amor no remueve nuestra responsabilidad moral. Sin embargo, la transforma de carga a gozo.