EL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO


LUCAS 9: 11B-17

Estimados amigos, Cuando Jesús llamó a sus discípulos a ministrar, él sabía que necesitarían ayuda. Necesitaban alimento para el espíritu. Esto empezó con sus enseñanzas. Era simbolizado por la historia de los panes y pescados en el Evangelio de hoy. Él los confortó con el mensaje del amor salvador de Dios. Jesús sabía que ellos serían desafiados de muchas maneras. En la Eucaristía, Él les dio el regalo de su presencia permanente para fortalecer su seguridad en una experiencia continua de su amor.

Desde el momento del Vaticano II nosotros, como comunidad cristiana, hemos trabajado para crear una experiencia similar de Jesús. Esto es por medio de la renovación de la liturgia como fuerza directriz de la transformación comunal. En la participación activa en la liturgia nosotros continuamente tratamos de hacer de la oración de la liturgia la fuente y la cima de nuestra fe. Aquí encontramos a Jesús como lo hicieron los primeros discípulos. Esta visión es parte de la declaración icónica del documento litúrgico del Concilio Vaticano II.

“La celebración de la Eucaristía, como una acción de Cristo y el pueblo de Dios…es el centro de toda la vida cristiana, para la iglesia universal, la iglesia local y para cada uno de los fieles…la liturgia es la cima hacia la cual es dirigida la actividad de la iglesia; es también la fuente de la cual fluye todo su poder…todos los que fueron hechos hijos de Dios por fe y por el bautismo deberían unirse para adorar a Dios en medio de la iglesia, para tomar parte en el sacrificio y comer la Cena del Señor.” (Constitución de la Sagrada Liturgia, 1963, # 2, 10, 41)

En la Eucaristía, la verdadera participación activa significa que estamos pidiendo a Dios hacernos un instrumento de su paz y contribuyentes del plan de salvación de Dios. A través de la liturgia nos volvemos el Cuerpo de Cristo para continuar proclamando la Buena Nueva a toda la humanidad.

En la recepción de la comunión, nos energizamos en esta llamada para continuar la obra de Cristo. Jesús viene a nosotros en la forma más íntima posible para renovarnos en su imagen. Esta presencia es la primera y principal sobre Jesús llamándonos a una nueva realidad. Es tiempo de compartir a un nivel más profundo con aquel que nosotros sabemos que nos ama. Esta conversación debería ser más que todo sobre el plan de Dios. Luego podemos enfocar nuestras penas y preocupaciones. El amor es la dimensión dominante del momento básico de la Eucaristía de gracia e intimidad en la recepción de la comunión. Jesús está llamándonos a ir en un nuevo camino. Debería haber menos preocupación sobre nosotros mismos y más sobre la presencia de Dios en nuestros hermanos y hermanas junto con las necesidades de nuestra familia, amigos, comunidad y el mundo.

En el momento de la recepción de la Eucaristía no podemos estar más cerca de las palabras de Teresa de Ávila que describe la oración como una conversación amorosa con alguien que sabemos que nos ama.

La profundidad y belleza de este encuentro con Cristo no puede ser más personal e íntimo si estamos realmente conscientes, receptivos y atentos a la presencia de Jesús en lo profundo de nuestro corazón. Junto con la experiencia personal del amor, la presencia de Jesús está siempre llamándonos a salir de nuestro ser y de nuestras pequeñas preocupaciones hacia el servicio a los demás especialmente en compartir la Buena Nueva del amor de Dios en Cristo crucificado y resucitado.

Todos haríamos bien en examinar nuestro ser para ver cuánto esfuerzo y atención damos a este encuentro con el Cristo viviente en el momento de la comunión.
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