Segundo Domingo de Pascua

Juan 20: 19-31

Estimados amigos en Cristo,

Si lo pensamos bien, los discípulos pasaron 72 horas realmente devastadoras desde el momento del lavado de los pies el Jueves Santo hasta la visita de Cristo Resucitado la tarde del domingo. Por supuesto, Pedro es el líder en el departamento de traumas.

¡Lavar mis pies Tú! ¡Nunca! ¡Entonces lava también mis manos y cara! ¡Estaría dispuesto a morir antes que negarte! ¡Yo no conozco a este hombre! Pedro “Salió y lloró amargamente” (Lucas 22: 62) “Las puertas del salón donde permanecían los discípulos se mantenían cerrados por temor a los Judíos.” (Juan 20: 19) Fue un viaje muy corto de la arrogancia total a la devastación total.

Ellos estaban envueltos en sueños aplastados y enrollados en temor y dolor. Lentamente se dieron cuenta de los eventos del fin de semana que no solamente los expusieron a ellos como perdedores por desperdiciar 3 años de sus vidas tratando de atrapar una ilusión sino que ahora estaban en peligro de pasar tiempo en prisión y tal vez hasta de perder su vida.

El manejo de la crisis no les dio mucho tiempo para profundizar la pérdida en la que estaban sumergidos. De igual manera, ellos eran incapaces de ver con claridad lo grande de su cobardía personal en su huida y rechazo después de tres años de cercanía a los pies de Jesús. El autoconocimiento requiere de un largo tiempo.

Luego, en medio del dolor, el temor, la pérdida y pronunciada confusión, ellos lo vieron a Él y escucharon, “La paz sea con ustedes” (Juan 20: 19)

Ellos tenían mucha experiencia con el mundo al revés de Jesús. Sin embargo, nada los preparó para esto. En un instante la derrota y las fallas son ahora victoria y triunfo. La oscuridad ahora es luz. El abandono lleva al abrazo. El pecado y la negación son lavados en amor y sanidad. En verdad, “La paz sea con ustedes.”
No es de extrañar que la iglesia nos invite a ponderar y orar sobre este asombroso misterio de la Resurrección por las siguientes siete semanas. Hay mucho que aprender.

Si estamos dispuestos a cavar profundamente, gradualmente veremos la historia de nuestras vidas en la vulnerabilidad de los discípulos. Veremos el dominio y control de nuestro temor y ansiedades dando paso a la esperanza. Veremos y abrazaremos el perdón de nuestro Dios, “Aquellos a quienes perdonen sus pecados les quedarán perdonados.” (Juan 20: 23)

En verdad, ¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya! Cuando traemos este misterio a esta realidad más profunda de nuestras vidas, nunca nada será igual otra vez.

Como los discípulos, somos amados en nuestros quebrantamientos. Somos aceptados en nuestra debilidad. Lentamente, obtendremos una lucecita del amor que Jesús tiene para nosotros. Es sin límites ni condiciones. Es un tesoro que difícilmente podemos comprender. Ya sea que lo comprendamos o no, la meta de nuestro viaje espiritual en la vida es permitir que el poder y la belleza de este amor nos transformen en una nueva creación justo como los hizo con los discípulos.
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