Vigésimo sexto domingo del tiempo ordinario

MATEO 21: 28-32

Queridos amigos, el mensaje en el Evangelio de hoy tiene un contexto. Fue después de la gloriosa entrada de Jesús en Jerusalén montado en un burro. Él limpió el templo. La escala de estos eventos lo llevaron a un conflicto más profundo con los líderes religiosos. Con la parábola de hoy de los dos hijos Jesús no es sutil al intensificar la tensión.

La parábola de los dos hermanos expuso la contradicción del programa de los líderes y la misericordia que todo incluye del Dios revelado por Jesús. Jesús señala al colector de impuestos y a las prostitutas que entran en el reino antes que los jefes de los sacerdotes y los ancianos que estaban destinados como un desafío para aquellos que pensaban de ellos mismos ser elegidos de Dios y así favorecer a sus hijos e hijas. Esto iba a ser una prueba para los cristianos judíos mas adelante, el hecho de aceptar a los gentiles en la primera iglesia. Tambien es cuestión de nuestra aceptación de esa apertura del Evangelio que está siempre en expansión para los marginados de hoy en cualquier manera que sea ellos invaden nuestra complacencia.


A un nivel personal, la parábola nos ayuda a enterdernos a nosotros mismos. No es difícil ver que compartimos la ambigüedad del compromiso que revela Jesús. La inconstancia perenne del corazón humano nunca se aleja de nosotros. Nosotros somos ambos hermanos en diferentes epocas de nuestra vida. La lucha para nosotros es la búsqueda constante por la singularidad del propósito. Necesitamos hacer que nuestro SI para Dios sea más fiel y más determinado en nuestras vidas diarias.

Esta es una cosa de una verdadera vida espiritual. La oración es la puerta para ver que la gracia de Dios es incesante en hacer que nuestro sí al amor de Dios sea más generoso. La oración personal fiel y comprometida nos deja ver el amor maravilloso y misericordioso de Dios y nuestra necesidad de simplemente aceptar la llamada sin final a una nueva vida en nuestra pobreza. Este es nuestro SI a Jesús. Es especialmente ajustado para que usemos nuestra presencia semanal en la Eucaristía como tiempo de renovación de nuestro SI a Dios para todo el resto de la semana.

Conforme nos conocemos a nosotros mismos, exponemos nuestra tendencia a la autodecepción. Nuestras inclinaciones más fuertes son para trabajar en un compromiso más cómodo donde nuestro si es un mínimo para Dios y un máximo para nosotros. Por medio de fidelidad a la oración aprendemos que tan lejos estamos de las intenciones buenas que tenemos en la mente para la recepción de un corazón amoroso para la realidad de la vida.

Dios es paciente con nosotros pero justo como los discípulos vienen momentos en los que tenemos que caminar con Jesús a Jerusalén. Es en esta fidelidad a la oración que morimos a la ambigüedad. Nos quedamos solo con un anhelo en nuestro corazón, un libre y generoso SI para Jesús.

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