Vigésimo Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario


Mateo 18: 21-35 

Estimados amigos, Una vez más, Jesús usa la mal informada buena voluntad de Pedro para llevarnos más profundo en el misterio del amor de Dios.Para entender el mensaje de hoy, hay muchos puntos previos que son de mucha ayuda.

Primero, Pedro y la sugestión con el número siete era bastante generosa en contraste con la ley que operaba en ese momento que era “Ojo por ojo”. Segundo, los diez mil talentos era la cantidad más alta imaginable para tener una deuda en las matemáticas de ese tiempo. Tercero, la deuda del sirviente era más o menos tres meses de salario. Cuarto, el rey era tan amable que su perdón de la deuda fue un shock.

El mensaje principal de la parábola es que el Reino manifiesta todo un mar de misericordia divina. Necesitamos expresar las consecuencias de este regalo de gracia en nuestra responsabilidad hacia nuestros hermanos y hermanas. Esta es nuestra lucha, la realidad de la cizaña y el trigo dentro de nuestros corazones que están confrontados con la obvia y abrumadora demanda de perdón hacia los demás.

Me gusta describirlo de la siguiente manera. Cuando llegan la misericordia y el perdón tendemos a usar una cucharita para medir nuestra distribución a aquellos que nos han ofendido. Por parte de Dios, la misericordia y el perdón son como una inundación torrencial que lava y limpia todo a su paso. El contraste es inmenso, pero muy real.

Una de las tareas más difíciles de la humanidad es perdonar. La inmensidad del daño, la infidelidad, la injusticia o la negligencia consumen nuestra alma. Para la mayoría de nosotros, el viaje desde el dolor y el daño hasta el “te perdono” es un largo y traicionero camino. El mensaje de hoy de la divina misericordia, tan claro y abrumadoramente justo, todavía tiene dificultades para penetrar en un corazón herido.

Hay algunas cosas que podemos hacer para ayudarnos con este dilema. Deberíamos tener paciencia con nosotros mismos y admitir que necesitamos dejar ir el dolor. Deberíamos orar por la persona y por nosotros mismos. Deberíamos aceptar nuestra debilidad ante la vista de Dios y buscar compartir los torrentes de amor y misericordia inexorables de Dios para todos. Ser realista es muy importante. Necesitamos aceptar el hecho que esta postura de no perdón crea una barrera que no permite compartir la vida de Dios. No podemos y no necesitamos ganar el amor de Dios y su perdón. Sin embargo, podemos perderlo por nuestra rigidez y por rehusarnos a dar perdón.

Thomas Merton habla acerca del absurdo nuestro al tratar de ponderar quien es digno de nuestro perdón. Él pregunta quien de entre nuestros “indignos” son personas por las que no murió Cristo. Sabemos bien que Cristo murió por todos, simple y sencillo. Necesitamos compartir ese amor universal en nuestra vida. Seguramente será toda una lucha perdonar. Es una absoluta tontería por parte nuestra tener una lista de los que no son dignos de nuestro perdón cuando Dios tiene perdón abierto para todos.
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